El microbioma intestinal está formado por millones de bacterias, un ecosistema microscópico que resulta esencial para nuestro organismo, influye en la digestión, en la inmunidad e incluso en el estado de ánimo. Hasta la fecha se ha prestado sobre todo atención a los carbohidratos, a las grasas y a las calorías que aportan los alimentos, pero cada vez hay más evidencias de que lo que comemos influye en nuestras bacterias. Vamos a conocer cómo las proteínas modifican el microbioma intestinal..
Se trata de una afirmación, no es una simple hipótesis, ya que cuenta con el aval de diversas investigaciones científicas que arrojan luz sobre los profundos efectos que pueden tener nuestras elecciones alimentarias más cotidianas en nuestra salud. En este sentido, hoy nos hacemos eco de un estudio realizado por investigadores de la Universidad Estatal de Carolina del Norte (Estados Unidos), en el que se ha evaluado cómo las diferentes proteínas pueden afectar al microbioma intestinal.
En este trabajo, los expertos han proporcionado a roedores de laboratorio diferentes dietas basadas en una única fuente de proteínas, clara de huevo, arroz integral, soja y levadura. El cometido del estudio era observar cómo influía cada tipo de proteína en la composición del microbioma y qué papel jugaban las bacterias que lo configuraban. Según los expertos, los resultados han sido muy reveladores, ya que se demuestra que las bacterias intestinales no procesan del mismo modo todas las proteínas.
Algunas proteínas como las procedentes de las claras de huevo, causaron en los roedores cambios extremos, incluyendo una activación anormal de las enzimas bacterianas encargadas de degradar los glicanos (cadenas de azúcares o carbohidratos), que están presentes en la mucina, proteína rica en azúcares que es un componente fundamental de la capa protectora del intestino. Los expertos explican que el microbioma digería la proteína consumida y además comenzaba a afectar al revestimiento protector del mismo intestino, una alteración que podría debilitar la barrera intestinal, facilitando la aparición de procesos inflamatorios y otras afecciones digestivas.
Los investigadores comentan que en referencia a la dieta de las claras de huevo, lo más inquietante es que sólo un tipo de bacteria dominaba el ecosistema intestinal, promoviendo la producción de enzimas que además de digerir los alimentos, digerían componentes esenciales del propio intestino. Cierto es que el estudio se realizó con roedores de laboratorio y con dietas controladas, pero los resultados son señales de advertencia sobre los efectos de ciertas proteínas animales cuando se consumen de forma regular.
Otro dato a destacar es el hecho que los resultados no se limitan a la clara de huevo, ya que tal y como se detalla en el documento de la investigación, el impacto del tipo de proteína se extiende a muchas dimensiones del microbioma. El estudio analizó cómo cambia la población bacteriana con cada dieta, pero también cómo estas bacterias interactúan con los nutrientes, el sistema inmunológico y el metabolismo. Las proteínas vegetales como las que proceden de alimentos como los cereales o la soja, tendían a promover un ambiente más equilibrado y diverso en la flora intestinal, lo que se asocia con una mejor salud digestiva.
Los expertos también han observado que algunas dietas influían en la producción de ácidos grasos de cadena corta, compuestos que resultan beneficiosos para el organismo y que fortalecen la barrera intestinal, regulan la inflamación y proporcionan energía a las células del colon. Las proteínas de origen vegetal favorecían esta producción, por el contrario, las proteínas animales y en concreto las procedentes de las claras de huevo, no lo hacían en la misma medida.
Para los expertos, este descubrimiento tiene implicaciones para la salud intestinal y también plantea preguntas sobre cómo se diseñan las dietas modernas, que muchas veces se centran en las proteínas de origen animal por su perfil nutricional o por su popularidad en las tendencias alimenticias. Pero si estas proteínas alteran el microbioma intestinal y pueden debilitar las defensas internas del organismo, quizá sea momento de reevaluar sus beneficios reales frente a los riesgos.
No hay duda de que a medida que avanza la ciencia, también lo hace nuestra comprensión de la alimentación como algo que está profundamente conectado con todos los sistemas de nuestro organismo, y es que no se trata sólo de las calorías o de construir músculo, se trata de alimentar a las bacterias que nos habitan de forma correcta y con conciencia para poder recibir todos los beneficios para la salud. Elegir las proteínas que consumimos tiene un impacto mucho mayor de lo que se pensaba y como apunta la investigación, hay que tener claro que la fuente de proteína dietética altera la composición y función del microbioma intestinal.
Los expertos concluyen que optar por fuentes vegetales de proteínas como la soja, los guisantes o los cereales integrales, beneficia al intestino, al medio ambiente y a los animales (bienestar animal). Claro, que no se trata de eliminar completamente las proteínas animales, pero sí de prestar más atención a las decisiones alimentarias diarias, que son las que moldean nuestra salud desde el interior.
De todos modos, estos resultados deben interpretarse con cautela. Las investigaciones se han realizado en condiciones muy específicas, con dietas artificialmente limitadas, por lo que no refleja una alimentación equilibrada y variada como la que seguimos los humanos. De hecho, la evidencia disponible en personas no respalda la idea de que las claras de huevo, consumidas dentro de una dieta completa y en cantidades habituales, tengan un impacto perjudicial en la salud intestinal.
Es más, algunos estudios incluso apuntan a beneficios derivados de ciertos péptidos presentes en la clara. A día de hoy, no existe un consenso científico sólido que relacione el consumo moderado de claras de huevo con alteraciones negativas en la microbiota. Como siempre, la clave está en el equilibrio: priorizar fuentes vegetales de proteína y mantener una dieta diversa parece ser la mejor estrategia para cuidar de nuestras bacterias intestinales, sin necesidad de demonizar alimentos concretos.
Podéis conocer todos los detalles de este interesante estudio a través de este artículo publicado en la NC State University, y de forma más extensa en este artículo (Pdf) publicado en la revista científica ISME.
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