El aumento constante en el consumo de platos listos para comer de los supermercados es un fenómeno que va más allá de una simple moda. Las estadísticas no mienten: cada vez más hogares recurren a estas opciones. ¿Os suena esta escena? Llegar a casa agotados, mirar la neveray… el cansancio y las prisas ganan la partida. En lugar de cocinar, comemos cualquier cosa.
O tal vez salir del trabajo sabiendo que no habrá tiempo ni ganas de preparar algo para comer, y decidir pasar por el supermercado (uno de esos ‘mercarestaurantes‘) para buscar una solución rápida. Ahí es donde entran en juego los «platos frescos listos para comer«, una opción cada vez más habitual y que parece estar transformando la forma en que se alimenta la sociedad.
Comprando tiempo y simplificando la rutina
Este tipo de productos, específicamente los elaborados en el día o con una corta vida útil, han experimentado un crecimiento exponencial. En dos años, su consumo ha aumentado un 48% en España. Supermercados como Mercadona con su sección «Listo para Comer», presente en más de 1.200 tiendas, o Alcampo, que ofrece más de 200 referencias en algunos establecimientos, son claros ejemplos. Otras cadenas como Lidl, Carrefour, Dia e incluso Ikea, también se han sumado a esta tendencia que refleja algo más profundo: un cambio en las prioridades diarias.
La razón principal detrás de este auge es doble
Necesidad imperante: La vida moderna, con jornadas laborales extensas, problemas de conciliación y el ritmo frenético de las ciudades, a menudo deja poco margen para la planificación y elaboración de comidas caseras desde cero, a no ser que sea una de las prioridades de la familia. Para muchas personas, estos platos no son un lujo, sino una solución pragmática para garantizar una comida decente sin el estrés añadido de cocinar.
Comodidad máxima: No se trata sólo de la falta de tiempo, también del deseo de simplificar. Los platos listos para comer eliminan la necesidad de pensar en recetas, comprar ingredientes, cocinar y, quizás lo que menos gusta a la mayoría, limpiar después. Se han convertido en una forma de ganar un respiro, de simplificar la rutina y dedicar ese tiempo a otras actividades. Pero, ¿merece la pena?
¿Estamos comprando comida o comprando tiempo? La respuesta honesta es: probablemente ambas cosas.
Durante años se ha defendido que cocinar en casa es la opción más saludable, económica y satisfactoria. Y lo sigue siendo. Sin embargo, no siempre es factible hacerlo cada día. Las largas jornadas, el cansancio acumulado y la falta de tiempo han hecho que muchas personas vean en estos platos una solución práctica para mantener una alimentación razonable sin complicarse.
El riesgo de la ultracomodidad: ¿Estamos abandonando el hábito de cocinar?
Es cierto que, más allá de la innegable conveniencia, existe una preocupación legítima sobre cómo la abrumadora facilidad y accesibilidad de los platos listos está erosionando activamente el hábito y la motivación para cocinar en casa. Esta es una tendencia que, a la larga, podría tener consecuencias significativas para los consumidores del futuro.
La comodidad como factor disuasorio
La paradoja es clara: aunque la industria ha respondido a una necesidad real de tiempo y practicidad en la vida moderna, también está cultivando una dependencia. Cuando tienes una oferta tan variada y atractiva de platos listos, desde un guiso tradicional hasta opciones exóticas, a sólo unos pasos en el supermercado, la balanza se inclina drásticamente.
El mínimo esfuerzo requerido para calentar y comer se vuelve mucho más tentador que la compleja secuencia de planificar, comprar, preparar y limpiar que implica la cocina casera. Esto no es sólo una elección consciente de «no tengo tiempo»; es una desincentivación gradual de la propia práctica culinaria, un proceso que se va internalizando día tras día.
El posible abandono del hábito y sus implicaciones futuras
El riesgo latente para el futuro es que esta «solución rápida» se convierta en la norma por defecto. Si las nuevas generaciones crecen en un entorno donde la comida preparada es la opción predominante, el conocimiento culinario fundamental, las habilidades básicas de cocina y la apreciación por el proceso de elaboración de alimentos pueden irse perdiendo. Y las implicaciones de este abandono progresivo son variadas y profundas:
Menor control sobre la alimentación: Cocinar en casa te da control total sobre los ingredientes, los niveles de sal, grasas, azúcares y aditivos. Si ese hábito se diluye, los consumidores futuros podrían depender más de productos cuya composición nutricional desconocen o controlan menos, dificultando una dieta personalizada.
Impacto potencial en la salud: Aunque la calidad de los platos listos frescos ha mejorado, la cocina casera sigue siendo, por lo general, la forma más fiable de asegurar una alimentación equilibrada y adaptada a tus necesidades. Un abandono generalizado podría contribuir a problemas de salud relacionados con dietas menos controladas.
Pérdida de una habilidad vital y cultural: Cocinar es mucho más que alimentarse; es una habilidad básica para la autonomía personal, una expresión cultural arraigada en la tradición y un acto social que une a familias y amigos. Perderla podría empobrecernos en un sentido más amplio, diluyendo la transmisión de recetas y tradiciones culinarias de generación en generación.
Dependencia económica: Si cocinar en casa se vuelve una habilidad minoritaria o esporádica, los consumidores podrían volverse más dependientes de la oferta del mercado de platos preparados. A largo plazo, esta dependencia podría tener implicaciones económicas significativas para el presupuesto familiar, ya que los platos listos suelen ser más caros que sus equivalentes caseros por ración.
En definitiva, la comodidad, aunque es una herramienta poderosa para afrontar las exigencias de la vida moderna, es una espada de doble filo. Si bien soluciona un problema inmediato de tiempo y esfuerzo, también puede estar creando una nueva brecha de habilidades y una dependencia que, a la larga, podría tener consecuencias significativas para la autonomía alimentaria, la salud y la cultura gastronómica de las futuras generaciones.
Más opciones, menos culpas… y mucho criterio
Debemos contemplar los platos listos frescos como un recurso. No deben reemplazar la cocina casera, sino convivir con ella. No son el enemigo, sino una herramienta más para organizarnos mejor en un mundo que demanda inmediatez. Lo importante es no caer en la dependencia total ni renunciar al placer de cocinar cuando sí tenemos tiempo, ganas y energía.
Porque sí, podemos comer casero incluso con media hora (o menos). Sólo necesitamos tener una despensa y congelador bien pensados, con ingredientes sencillos como legumbres cocidas, huevos, verduras (frescas o congeladas), arroz o conservas de calidad. En esencia, no se trata de cocinar mucho, se trata de cocinar con inteligencia. Aboguemos por que cocinar siga siendo uno de los placeres más accesibles, honestos y personales que tenemos al alcance de la mano, un espacio para el disfrute y la conexión con lo que comemos.
Crédito imágenes | Mercadona