Sobre el auge de los alimentos proteicos, algunos consumidores se preguntan si es una tendencia saludable o una estrategia de marketing, una pregunta lógica al comprobar cómo proliferan en los supermercados los yogures, las barritas energéticas, los batidos, los panes, las pastas e incluso helados enriquecidos con proteínas.
Lo que se inició como un nicho de mercado de interés que se centraba en los deportistas y culturistas, ha terminado convirtiéndose en una macro tendencia que está dominando la industria alimentaria mundial. Y surge otra pregunta, ¿realmente necesitamos tantos alimentos proteicos? o ¿simplemente estamos siendo víctimas de una estrategia comercial disfrazada de salud?
Desde hace más de una década el interés por los alimentos ricos en proteína ha estado creciendo de forma sostenida, alcanzando en los últimos años niveles nunca vistos. Según un informe publicado en este mes de mayo, el mercado de productos enriquecidos con proteínas podría crecer más de 44.000 millones de euros hasta el año 2028, un crecimiento impulsado en gran medida por las redes sociales. Plataformas como Instagram, TikTok y Facebook han convertido la palabra “proteína” en un reclamo y atractivo constante, hasta el punto de que ya aparece en más del 2% de todos los contenidos relacionados con la alimentación.
Pero esta tendencia no está únicamente restringida a los supermercados, el sector de la restauración también ha respondido al aumento de la demanda de alimentos proteicos, de hecho, uno de cada cinco restaurantes ya promociona opciones alimentarias ricas en proteínas en sus menús. También las cadenas de comida rápida se han sumado a la tendencia reformulando platos o añadiendo etiquetas que capten la atención de los consumidores como “power protein” o “protein boost”.
Pero el auge no procede unicamente de los influencers o las campañas de marketing, el auge de dietas como la keto, la paleo o la carnívora, que promueven un consumo elevado de proteínas en detrimento de los carbohidratos, ha calado hondo en esta sociedad actual que está excesivamente obsesionada con la imagen corporal, la pérdida rápida de peso rápida y poder tener un rendimiento óptimo.
¿Necesitamos realmente tantas proteínas?
Hay que decir que los organismos de salud lanzan un mensaje muy distinto, el promedio de proteínas necesario para un adulto saludable es de unos 0,8 gramos por kilo de peso corporal al día, lo que significa que una persona de unos 70 kg de peso necesita aproximadamente unos 55 gramos diarios de proteínas, algo que se puede alcanzar fácilmente con una dieta sana y equilibrada.
Algunos estudios demuestran que en países como Estados Unidos se está consumiendo un 20% más de proteínas de lo recomendado por las organizaciones de salud, y en muchos casos sin necesidad ni beneficio añadido para la salud. Walter Willett, profesor de la Universidad de Harvard, lo deja claro, el experto asegura que no hay evidencia de que consumir más proteínas mejore la salud en personas que están sanas, es más, advierte que el tipo de proteína importa. Las proteínas de origen animal y especialmente las procesadas, se asocian a un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, en cambio, las proteínas de origen vegetal se consideran más beneficiosas porque proporcionan fibra, grasas saludables y compuestos antioxidantes que hacen frente a la acción de los radicales libres.
El caso es que esta tendencia ha creado un mercado millonario, pero también ha dado pie a varias críticas, recordemos que en noviembre de 2023 la organización de consumidores Foodwatch analizó los productos enriquecidos con proteínas en Alemania, llegando a una conclusión preocupante, y es que muchos de estos alimentos son innecesarios, engañosos y hasta cuatro veces más caros que sus equivalentes sin proteínas añadidas, de ello hablábamos en el post “Algunos productos alimenticios enriquecidos con proteínas son caros y además innecesarios”
La organización de consumidores proporcionaba algunos ejemplos que resultaban llamativos, el muesli proteico Seitenbacher costaba un 86% más que la versión convencional, el pan proteico Mestemacher era un 145% más caro que su homónimo tradicional, un pudín proteico de Dr. Oetker costaba un 224% más que su versión estándar, y eso sin aportar una ventaja nutricional que fuera real. Foodwatch advertía que estos productos se comercializan como soluciones “fit” o “saludables”, pero en realidad siguen siendo alimentos ultraprocesados con un bajo valor nutricional, incluso si contienen algo de suero o proteína de leche en polvo.
La trampa del marketing nutricional en relación al contenido en proteínas
El atractivo de los alimentos enriquecidos con proteínas no radica en su utilidad nutricional, es el relato que se construye en torno a ellos. Las etiquetas y los mensajes de los envases alimentarios actúan como una especie de certificado saludable para los consumidores, que lamentablemente en la mayoría de ocasiones no lee el resto del etiquetado, donde se puede comprobar que aparecen edulcorantes artificiales, aditivos, un contenido reducido en micronutrientes y poca fibra.
Esta estrategia de marketing es especialmente eficaz porque apela al deseo de cuidar el cuerpo, perder peso o poder rendir más, pero se trata de narrativas que tienen fisuras. Las proteínas por sí solas no hacen perder peso y ganar músculo si no se acompañan de una rutina adecuada (ejercicios realizados de forma regular) y una dieta equilibrada. Además, se ha demostrado que el consumo excesivo de productos proteicos ultraprocesados puede tener efectos negativos para la salud, sobre todo si sustituyen a comidas que son más naturales y completas.
Por fortuna, a pesar de esta avalancha de productos proteicos, parece que hay consumidores que dan señales de empezar a afinar su criterio. Según Tastewise, una plataforma de inteligencia de consumo impulsada por inteligencia artificial y diseñada específicamente para la industria de alimentos y bebidas, se está reduciendo el interés por las barritas proteicas, los batidos y otros snacks dulces que se presentan como ricos en proteína. Por el contrario, crecen las búsquedas de alimentos y recetas más naturales, un cambio que delata una mayor conciencia de lo “real” ante lo “procesado”.
Otro punto de interés es el hecho de que los consumidores empiezan a cuestionar la relación entre precio de los productos y su valor nutricional, aumentando la percepción de que se paga demasiado por algo que resulta innecesario, ocurriendo especialmente en este contexto económico deprimido, donde cada euro cuenta.
Las proteínas son un macronutriente esencial, contribuyen al mantenimiento de los músculos y la saciedad, y están implicadas en numerosas funciones del organismo. Sin embargo, como ocurre con muchas tendencias alimentarias, esa sobreexplotación comercial puede terminar distorsionando su verdadero papel en una dieta saludable. Así que ya lo sabéis, comer más proteínas no es sinónimo de comer mejor, y mucho menos si se hace a base de productos ultraprocesados que resultan caros.
Una alimentación saludable puede y debe cubrir las necesidades proteicas con alimentos reales como son las carnes magras, los pescados, las legumbres, los huevos, los frutos secos y los cereales integrales. En este entorno alimentario dominado por el marketing, lo más revolucionario sigue siendo comer de forma equilibrada, informada y evitando caer en modas pasajeras.
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