Vivimos en una época en la que la rapidez domina la toma de decisiones, y especialmente cuando se trata de la alimentación, platos y comidas preparadas, fast food, snacks ultraprocesados, etc. Sabemos que este tipo de comidas tienen un alto contenido en grasas, azúcares añadidos, sal y aditivos, pero probablemente lo que no se sabe es que las comidas ricas en grasas debilitan rápidamente nuestras defensas intestinales, incluso cuando no se percibe ninguna señal visible en el organismo.
Una investigación realizada por expertos del Instituto WEHI de Melbourne (Australia) ha dado a conocer una conclusión que resulta sorprendente y preocupante, los investigadores aseguran que bastan dos días consumiendo alimentos con alto contenido en grasas saturadas para debilitar la barrera intestinal, aumentando el riesgo de inflamación crónica.
Este es el primer estudio preclínico del mundo que demuestra esos efectos inmediatos, pero hay que decir que se ha realizado con roedores de laboratorio y, aunque se plantea que los resultados se pueden trasladar a los seres humanos, será necesario constatarlo con nuevos estudios y ensayos. Los investigadores explican que tras un par de comidas ricas en grasas, los roedores analizados habían experimentado cambios microscópicos en la función intestinal, a pesar de no mostrar síntomas físicos evidentes como, por ejemplo, el aumento de peso o los signos visibles de inflamación, como la distensión abdominal, cambios en el tránsito intestinal o dolor abdominal, entre otros.
Los investigadores comentan que lo más alarmante, es que esta inflamación puede mantenerse oculta durante años, hasta que termina manifestándose en enfermedades como la colitis, el síndrome de intestino irritable o incluso en enfermedades autoinmunes. Uno de los descubrimientos clave fue la caída repentina de una proteína esencial denominada IL-22, que actúa como una defensa del intestino al controlar la inflamación. Al parecer, esta proteína había desaparecido casi por completo tras sólo dos días de seguir una alimentación rica en grasa, dejando al intestino desprovisto de uno de sus escudos naturales.
La razón por la que importa tanto la proteína IL-22 es porque su función principal es mantener en equilibrio las bacterias beneficiosas del intestino, reparar los daños y evitar que se desencadenen respuestas inflamatorias descontroladas. Cuando la dieta está basada en grasas saturadas como las presentes en la comida rápida, los alimentos ultraprocesados, la bollería industrial y demás, no sólo aumenta el riesgo de inflamación, también se bloquea la capacidad del organismo para defenderse de esa misma inflamación.
Aquí es donde entra la paradoja, y es que el deterioro avanza sin que nos demos cuenta, el intestino puede estar debilitado, inflamado, perdiendo funcionalidad, pero seguimos nuestra vida aparentemente con un estado saludable hasta que un día se manifiestan trastornos de salud que son difíciles de revertir. La buena noticia es que en el estudio, también se ha constatado que es posible restaurar la función intestinal cuando se recuperan los niveles de IL-22 hasta la normalidad.
Los resultados abren las puertas a futuras terapias que permitan prevenir o revertir el daño en las personas con enfermedades inflamatorias crónicas. Los investigadores coinciden al decir que la prioridad debe estar en seguir estrategias dietéticas naturales, que refuercen esta protección de forma continua y sin la necesidad de una intervención médica. Una opción es incluir grasas saludables en la dieta diaria, alimentos como el aguacate, los frutos secos, el aceite de oliva virgen extra o el pescado azul, entre otros, proporcionan un efecto contrario al de las comidas ricas en grasas saturadas, ya que aumentan la producción de la proteína IL-22 y refuerzan las defensas del intestino.
Pero la comida rápida no sólo afecta al intestino, también causa otros problemas de salud, recordemos que una dieta alta en grasas y azúcares se relaciona con un mayor riesgo de ansiedad y depresión en jóvenes, o que el consumo de comida basura en la adolescencia perjudica el desarrollo del cerebro y la memoria a largo plazo. El cerebro, igual que el intestino, responde de forma negativa a una dieta basada en la comida basura, el denominado eje intestino-cerebro implica que cualquier desequilibrio en la flora intestinal, puede tener consecuencias en nuestro estado emocional, en los niveles de estrés e incluso en la capacidad de concentrarse y recordar.
Cada comida influye directamente en la salud intestinal y aunque un capricho ocasional no va a destruir nuestra microbiota, cuando la excepción se convierte en regla los efectos pueden ser perjudiciales y duraderos. Por ello, los investigadores lanzan un claro mensaje, si se quieren prevenir las enfermedades inflamatorias, proteger la salud mental y cuidar el sistema digestivo, es necesario priorizar una alimentación rica en grasas insaturadas, vegetales frescos y alimentos mínimamente procesados.
Podéis conocer todos los detalles de la investigación a través de este artículo publicado en la página del Instituto WEHI de Melbourne.
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