
El Banana Split es un postre clásico estadounidense a base de banana y helado, famoso por su presentación vistosa y su combinación de sabores y texturas. Tiene una historia que mezcla ingenio y marketing, que sucedió con el auge de las heladerías a comienzos del siglo XX.
El icónico Banana Split consiste en un plátano (banana) pelado y cortado longitudinalmente por la mitad, servido en un plato alargado (conocido como «banana boat» o «barco de plátano») con tres bolas de helado entre las dos mitades de la fruta. Cada bola de helado suele ir cubierta con siropes diferentes (piña, fresa, chocolate), nata montada, nueces troceadas y una cereza marrasquino en lo alto. Aunque con el paso del tiempo ha habido mil variaciones, pero esa es la fórmula “canónica”.
Sobre el origen e historia de este postre, hay cierta disputa, pero la versión más aceptada sitúa su origen en Latrobe, Pensilvania (EE. UU.), en el año 1904. Cuentan que el Banana Split fue creado por David Evans Strickler, un joven de 23 años que trabajaba como aprendiz de farmacéutico en la heladería de la farmacia Tassel (en aquella época, muchas farmacias servían refrescos y helados).
Inspirado por la moda de los sundaes (copas de helado), el joven experimentó con la idea de colocar una banana entera cortada en dos a lo largo, y la acompañó con tres bolas de helado, creando una presentación llamativa y deliciosa. Su precio era de 10 centavos, el doble que un sundae normal. Sin embargo, el aspecto extravagante del postre atrajo a muchos jóvenes, especialmente estudiantes universitarios, y su popularidad se disparó.
Otras ciudades que reclaman el origen:
Wilmington, Ohio, también se atribuye el invento, fechándolo en 1907.
Algunas fuentes citan también a Boston o Chicago, pero sin pruebas tan sólidas.

Durante las décadas de 1920 y 1930, el banana split se popularizó en heladerías y comedores tipo ‘diner’ (diner), justo en la época dorada de las fuentes de refrescos (‘soda fountain’) estadounidenses. Su fama creció de la mano de la cultura del consumo recreativo del helado y, en los años cincuenta, ya se había convertido en un postre emblemático de la repostería norte‑americana. Incluso las cadenas como Dairy Queen o Baskin-Robbins lo incluyeron en su carta, y muchas ferias, festivales y concursos de postres lo incorporaron como atracción.
Valor y legado a día de hoy
En el aspecto simbólico, es un icono retro de la cultura pop, muy asociado con la nostalgia, la infancia y la era dorada de los diners. Se ha mencionado en canciones, películas y series de televisión. Y es interesante saber que en Latrobe (Pensilvania), se celebra cada año el Banana Split Festival para conmemorar su invención.
En cuanto al valor gastronómico actual, aunque ha caído en desuso en muchas heladerías modernas, sigue siendo una referencia nostálgica. Además, algunos chefs contemporáneos lo reinventan en clave gourmet o minimalista, con técnicas modernas o ingredientes de alta gama.
Es evidente que su atractivo reside más en el valor emocional y visual que en la innovación culinaria. Y nos recuerda bastante a nuestro clásico ‘Pijama’, ese postre que algunos llaman ‘viejuno’, que se compone de flan, piña y melocotón en almíbar, helado, nata y guinda. Le rendiremos tributo también en breve.
En ambos casos, son postres que en su época se asociaban a celebraciones y momentos de indulgencia, para disfrutar en ocasiones especiales o cuando se busca un capricho. Su tamaño y su variedad de ingredientes los hacen ideales para compartir en familia o con amigos, fomentando la camaradería y la indulgencia colectiva.

Y aunque existe una versión clásica (volvamos con el Banana Split), es increíblemente adaptable. Se pueden usar los sabores de helado favoritos, experimentar con diferentes salsas (caramelo, dulce de leche, etc.) y añadir una infinidad de toppings (brownie, galletas, frutas frescas). Esto lo mantiene relevante y atractivo para diferentes gustos y preferencias.
Para los historiadores de la gastronomía es un ejemplo perfecto de cómo un postre sencillo puede definir una época, y cómo la cultura del consumo puede convertir una idea local en un fenómeno global.
¿Sabías que en 1904, la banana no era tan común ni accesible en Estados Unidos como lo es hoy? Esto le daba al Banana Split un aire de lujo y exotismo, lo que sin duda contribuyó a su atractivo y rápido éxito.
El hecho de que David Strickler decidiera usar una fruta tan novedosa y relativamente cara como la banana para su postre de helado fue una jugada maestra. Elevó el simple «sundae» a algo más elaborado y, sí, lujoso. Como ya hemos comentado, el precio original del Banana Split, 10 centavos, era el doble que otros sundaes, lo que también reforzaba su percepción como un postre premium.
Con el tiempo, y gracias a la expansión de las «compañías bananeras» y sus eficientes cadenas de suministro (que también tuvieron un impacto sociopolítico complejo en las llamadas «repúblicas bananeras»), la banana se democratizó y se convirtió en la fruta barata y accesible que conocemos hoy. Pero en sus orígenes, era el ingrediente estrella que añadía un toque de glamour tropical a la humilde farmacia.
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Crédito imágenes | Depositphotos







