
Actualmente la obesidad sigue creciendo a un ritmo alarmante en diferentes países occidentales, y en el caso de Estados Unidos, ya afecta casi a un 40% de las personas adultas, con un coste sanitario anual que se asocia a este problema y supera los 173.000.000.000 millones de dólares. Hoy conocemos un nuevo estudio realizado por investigadores de UCLA (Universidad de California en Los Ángeles) que ofrece una perspectiva diferente, concluye que más allá de las calorías y el ejercicio, el estrés, las dificultades sociales y la desigualdad estructural causan una reprogramación del cerebro y el microbioma intestinal, creando las condiciones adecuadas para el aumento de peso y la dificultad para perderlo.
Los expertos de UCLA destacan que los denominados determinantes sociales de la salud como son los ingresos, el nivel educativo, el acceso a los servicios médicos, la calidad del lugar donde se vive, la discriminación, los traumas infantiles, el aislamiento y la soledad, son los motores centrales de la epidemia de obesidad que se sufre en la actualidad.
Un estudio realizado a nivel nacional en el que participaron 160.000 adultos, demostró que cuanto mayor es la carga de desventajas sociales, mayor es la probabilidad de sufrir obesidad. En las barriadas con altos índices de privación, donde hay menos acceso a alimentos como las frutas y las verduras, menos espacios seguros para hacer ejercicio, una mayor exposición al estrés, a la violencia y a la discriminación estructural, la población tiende a recurrir a alimentos ultraprocesados porque son más baratos y accesibles, lo que agrava el problema.
El eje cerebro-intestino-microbioma es un puente biológico con el entorno
El estudio se centra en la explicación de cómo el eje cerebro-intestino-microbioma conecta los factores sociales con nuestra biología. Este sistema regula el apetito, la motivación y el estado de ánimo a través de las hormonas, los marcadores inflamatorios y los metabolitos neuroactivos, por lo que cuando la dieta es rica en grasas y azúcares, la flora intestinal se desequilibra generando inflamación y alterando la señalización del cerebro.
La consecuencia es un círculo vicioso, se reduce la dopamina en regiones cerebrales que gestionan el placer y el autocontrol, aumentando los antojos por las comidas muy calóricas. El estrés crónico, ya sea por inseguridad económica, racismo o aislamiento, activa los mismos circuitos de recompensa que activan los alimentos ultraprocesados, reforzando unos hábitos de consumo que conducen irremediablemente al aumento de peso. Por cierto, merece la pena retomar la lectura del post ‘La obesidad es un problema muy ligado a la educación y al nivel socioeconómico’.

Los investigadores comentan que estos efectos aparecen antes del nacimiento citando el estrés materno durante el embarazo, que puede ser inducido por alguna de las causas antes citadas, como la inseguridad económica, y que puede alterar el desarrollo fetal predisponiendo al bebé a sufrir problemas metabólicos a lo largo de su vida. Además, otros factores posnatales como la lactancia materna, la introducción de los alimentos sólidos y la exposición a los antibióticos, marcan la composición inicial del microbioma intestinal, incrementando el riesgo de sufrir obesidad en el futuro.
También explican que en el caso de la discriminación racial, este problema tiene un efecto especialmente devastador porque activa redes cerebrales asociadas al dolor emocional y altera la diversidad de la flora intestinal, teniendo mayor presencia las bacterias que están asociadas a la inflamación y la resistencia a la insulina, lo que se traduce en mayor adiposidad y dificultad para regular el peso corporal.
El equipo de investigación explica que para revertir la epidemia de la obesidad no basta con decir a la población que coma mejor y haga más ejercicio, se necesitan cambios estructurales que permitan un acceso universal a los alimentos saludables, políticas que reduzcan el impacto de la discriminación, verdaderos programas de nutrición en las escuelas, y sistemas sanitarios que reconozcan el peso que tienen los diferentes determinantes sociales en el problema de la obesidad.
Paralelamente existen medidas individuales que pueden reducir, en parte, el impacto de un entorno adverso, como priorizar las opciones más nutritivas dentro del presupuesto económico del que se dispone, construir redes de apoyo social, practicar ejercicio físico accesible y adecuado, reducir el estrés con algunas de las técnicas disponibles, como la escritura, la meditación o el contacto con la naturaleza, etc.

Los investigadores explican que el personal sanitario también tiene un papel fundamental, debiendo integrar en sus consultas la evaluación de los determinantes sociales (alimentación, seguridad del lugar de residencia, historial de discriminación o aislamiento) y adaptar los planes de tratamiento a las realidades biológicas y psicosociales de cada paciente, de este modo se realizarán tratamientos más personalizados y más efectivos.
Las conclusiones de este estudio determinan que la obesidad no es sólo una cuestión de elecciones individuales, es el resultado de una compleja red de factores sociales y biológicos que se refuerzan mutuamente (como el pez que se muerde la cola). Por lo que abordar sus raíces implica la combinación del esfuerzo personal con unas políticas públicas que garanticen entornos saludables y equitativos, algo difícil cuando sabemos el peso e influencia que tienen las grandes compañías alimentarias en la política.
Sea Estados Unidos u otro país del mundo, si se quiere frenar la epidemia de la obesidad, se debe mirar más allá de la nutrición y la báscula, entendiendo que cada bocado está condicionado por un contexto social, económico y emocional que empieza, como hemos comentado anteriormente, mucho antes del nacimiento.
El estudio es interesante, pero las propuestas son difíciles de llevar a cabo y además hay mucho más que hablar sobre este tema. Podéis conocer todos los detalles a través de este artículo publicado en la página de la UCLA, y de forma más extensa en este otro publicado en la revista científica Clinical Gastroenterology and Hepatology.
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