Temperatura de los alimentos en la nevera: lo que todos debemos saber

Uno de los pilares menos visibles pero más importantes de la seguridad alimentaria es la temperatura de conservación. Aunque muchas personas confían en el buen funcionamiento de su frigorífico sin pensar demasiado en ello, lo cierto es que mantener cada alimento a la temperatura adecuada marca la diferencia entre una cocina segura y una que puede poner en riesgo la salud, incluso sin que lo notemos.

La refrigeración no destruye microorganismos, pero sí ralentiza o detiene su multiplicación. Sin embargo, si la temperatura no es lo bastante baja, las bacterias patógenas pueden empezar a crecer de forma silenciosa.

Existen rangos de temperatura bien establecidos: Por encima de los 5 °C comienza la llamada ‘zona de peligro’ en la que bacterias como Salmonella, Listeria monocytogenes o E. coli pueden proliferar rápidamente si se dan las condiciones adecuadas. Por debajo de los 4 °C su actividad disminuye considerablemente y a –18 °C (temperatura de congelación recomendada) su crecimiento se detiene, aunque no desaparecen del todo.

Cada alimento, su temperatura

No todos los alimentos necesitan el mismo grado de frío. Las carnes y pescados crudos, por ejemplo, requieren temperaturas cercanas a los 0 °C para mantenerse seguros, mientras que las frutas y verduras frescas toleran temperaturas algo más altas sin perder calidad. Los lácteos se conservan mejor entre 2 y 4 °C, y los alimentos cocinados deberían mantenerse cerca de los 4–5 °C para evitar contaminaciones posteriores.

Esto implica que la colocación de los alimentos dentro del frigorífico no es aleatoria. Las zonas más frías suelen estar en la parte inferior o en el fondo (ten siempre en mente que ‘el calor sube’, para recordar cuál es la parte más fría). Mientras que la puerta es más cálida y sufre mayores fluctuaciones térmicas, porque la abrimos varias veces al día. Por tanto, los productos más sensibles deben almacenarse en las zonas más frías y con una temperatura inalterable. Y los menos críticos (como salsas o bebidas) pueden ir en la puerta.

¿Por qué en el supermercado todo está más frío?

En los supermercados, los sistemas de refrigeración están diseñados para soportar aperturas constantes, mantener un frío homogéneo y proteger grandes volúmenes de alimentos. En casa, sin embargo, abrimos y cerramos con frecuencia, colocamos alimentos calientes sin darnos cuenta o sobrecargamos los estantes, lo que altera la distribución del frío y genera zonas con microclimas inesperados.

Además, el termostato del frigorífico suele medir la temperatura de una única zona, por lo que un termómetro independiente colocado en el centro es la forma más fiable de saber si se mantiene la temperatura segura de 1 a 4 °C.

¿Qué puede pasar si no se controla bien la temperatura? Pues el riesgo más evidente es el crecimiento de bacterias patógenas. Pero hay otros efectos igual de importantes: algunos microorganismos producen toxinas que no se destruyen con la cocción. Además, los cambios de temperatura (especialmente los ciclos de enfriamiento y recalentamiento) afectan negativamente a la textura, al sabor y al valor nutricional de muchos alimentos.

Un buen control empieza por el orden

La regla básica es colocar la carne y el pescado crudos abajo, cocinados y listos para consumir arriba, frutas y verduras en los cajones. Los alimentos deben guardarse en envases herméticos y etiquetados con la fecha de elaboración o apertura. Nunca hay que sobrecargar el frigorífico porque el aire frío necesita espacio para circular.

En productos como el pescado, estos cambios pueden favorecer la aparición de compuestos como las aminas biógenas, responsables de intolerancias e incluso intoxicaciones. Estas aminas se producen por la acción de bacterias que descomponen proteínas en el pescado, lo que puede ocurrir incluso a temperaturas de refrigeración. Si el pescado se mantiene a temperaturas superiores a las recomendadas durante periodos prolongados, las bacterias productoras de histamina tienen la oportunidad de proliferar, y la histamina es una de las causas más comunes de intoxicación por pescado.

Otro punto clave es la descongelación, siempre debe hacerse dentro del frigorífico, no a temperatura ambiente. De lo contrario, el exterior del alimento puede alcanzar temperaturas inseguras mientras el interior sigue congelado. Y sí, un termómetro dentro del frigorífico puede marcar la diferencia. No es una medida de obsesión, sino de precisión. Pero tampoco es estrictamente necesario.

Educación alimentaria: lo que deberíamos aprender todos

Muchos de estos conocimientos básicos, como qué es la zona de peligro térmica, cómo evitar la contaminación cruzada o cómo interpretar una fecha de caducidad, no forman parte de la educación general. Y deberían serlo. Saber manejar con criterio cada tipo de alimento es tan importante para la salud como lavarse las manos. Este conocimiento debería enseñarse desde edades tempranas como parte de una formación en autonomía, salud y responsabilidad con los alimentos.

Y más allá, en el campo de la ciencia alimentaria se sigue investigando cómo las condiciones de refrigeración influyen en aspectos más complejos, desde la resistencia de ciertas bacterias al frío hasta la interacción entre materiales de envasado y microclimas de conservación. También se estudia cómo preservar mejor el perfil nutricional y sensorial de los alimentos sin depender de aditivos o envases plásticos. Todos estos avances apuntan hacia una cocina más consciente, donde el frío no sólo conserve, sino que lo haga con respeto por la salud y por el alimento.

Saber a qué temperatura se conservan mejor los alimentos no es una curiosidad técnica, es parte de una alimentación segura y responsable, además de poder considerarse sana y gustosa. Tener un termómetro en el frigorífico no es una necesidad universal, pero sí conviene tener un frigorífico que ofrezca datos fiables.

Conocer los rangos térmicos, distribuir bien los alimentos y entender cómo actúan las bacterias nos permite proteger la salud de quienes se sientan a nuestra mesa, cada día. Los frigoríficos modernos cuentan con avances tecnológicos como sensores de temperatura, pantallas digitales y sistemas de control automatizados, lo que nos permite mantener los alimentos en condiciones óptimas de conservación. Sin embargo, esta tecnología no siempre es infalible. A veces, incluso los electrodomésticos más sofisticados pueden tener fluctuaciones térmicas o fallos en los sistemas de refrigeración que no percibimos, lo que puede poner en riesgo la seguridad alimentaria.

Por ejemplo, en nuestra experiencia personal, a lo largo de los años he tenido problemas con frigoríficos modernos, que en lugar de mantener la temperatura de refrigeración adecuada, terminaban congelando las verduras en el cajón destinado a productos frescos. Este fenómeno ocurre debido a una distribución inadecuada del frío, lo que puede causar que ciertos compartimentos, como los cajones de verduras, se congelen, afectando la textura y el sabor de los alimentos. Aunque estos frigoríficos están equipados con lo último en tecnología, el problema persiste y demuestra que incluso los modelos más avanzados pueden tener fallos inesperados.

Por otro lado, las neveras antiguas, aunque carecen de las herramientas modernas para medir y regular la temperatura de manera precisa, han demostrado ser extremadamente duraderas y confiables. Estas neveras con un diseño más sencillo y robusto, a menudo funcionan durante años sin complicaciones manteniendo una temperatura bastante constante. El problema es que, al no contar con indicadores de temperatura, es difícil saber si están funcionando dentro de los rangos seguros para cada tipo de alimento.

Lo importante es entender cómo funciona el frigorífico que tenemos en casa, independientemente de su antigüedad o tecnología. Los hábitos y la atención al detalle, como comprobar la temperatura regularmente (incluso con un termómetro externo si es necesario), son claves para evitar sorpresas. Y, por supuesto, la colocación adecuada de los alimentos en el frigorífico, ya sea moderno o antiguo, sigue siendo esencial para mantener una cocina segura y saludable.

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