Proteína en polvo contaminada con metales pesados

No toda proteína en polvo es igual. Cambian las fuentes, cambian los procesos y, con ellos, cambia el riesgo de arrastrar contaminantes invisibles que sólo la regulación y los análisis pueden acotar. Mientras el lineal se llena de productos “ricos en proteínas”, la transparencia sobre su contenido en metales pesados avanza mucho más despacio. El problema no es el concepto de suplemento, sino su trazabilidad: según el cultivo, el suelo, el agua de riego y el procesado, un mismo polvo puede diferir en algo más que sabor o textura.

La moda de los batidos ha normalizado su consumo diario, pero permanece fuera de foco la calidad de lo que entra en la batidora: origen de la materia prima, limpieza del proceso, controles de lote, certificaciones y límites reales de exposición. Hoy hablamos de un problema apenas visible que se ha destapado en Estados Unidos, y es que hay mucha proteína en polvo contaminada con metales pesados.

La polémica se ha generado a partir de un análisis realizado por Consumer Reports (organización independiente sin ánimo de lucro que se dedica a evaluar, analizar y comparar productos y servicios para los consumidores), que analizó 23 marcas de proteínas en polvo, concluyendo que en la mayoría contenían metales pesados. Hay que decir que no se trata de trazas anecdóticas, ya en varios productos se superaba el nivel tolerable de plomo para una sola dosis diaria. Además, algunas proteínas vegetales multiplicaban por nueve la contaminación frente a las elaboradas a partir de suero lácteo.

Como decíamos, aunque esto se ha destapado en Estados Unidos, lo importante no es la geografía sino el origen del problema. Los metales pesados están en los suelos donde se cultivan las plantas, y la proteína de origen vegetal más popular (guisante) se obtiene en toneladas industriales de países como China, Canadá y Estados Unidos, para después viajar por los mismos canales globales y terminar en diferentes formatos para ser comercializados en Amazon España, en tiendas de alimentación deportiva como Nutritienda o HSN (Healthy Sports Nutrition), y también en supermercados, donde se encuentran marcas como MyProtein, Weider, Foodspring, Beverly… Cambia el envase, el sabor y el marketing, pero los ingredientes y el riesgo potencial pueden ser los mismos.

¿Hay control en España sobre la proteína en polvo?

En España, la seguridad alimentaria depende de la AESAN (Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición), en la UE depende de la EFSA (Agencia de Seguridad Alimentaria de la Unión Europea), podríamos creer que se ejerce un control adecuado, pero como es habitual, existen lagunas y falta de reglamentación que puede permitir la entrada de proteína en polvo con metales pesados.

En la Unión Europea la proteína en polvo no está regulada como medicamento, se trata de un suplemento alimenticio, por lo que se realizan autocontroles por parte de los fabricantes y se hacen menos análisis públicos lote a lote. Lo que llega a nuestro país no siempre se analiza en un laboratorio antes de ponerse a la venta, y si el productor asegura que su proteína está libre de metales pesados, se acepta, a no ser que los organismos oficiales que vigilan la seguridad alimentaria determinen lo contrario.

Para decirlo directamente, el sistema europeo confía en los fabricantes hasta que exista un motivo para desconfiar. Muchas marcas que comercializan en España este producto juegan a lo mismo que en Estados Unidos, colocan un sello de calidad, destacan el control del producto, muestran publicidad acerca de la pureza y algunas incluso enseñan un análisis elaborado por un laboratorio independiente. Pero la realidad es que no todas las marcas realizan unos análisis completos y mucho menos en relación con los metales pesados.

Algunos ejemplos en nuestro país: Healthy Sports Nutrition publica controles, pero no siempre incluye el control de metales pesados en todos sus lotes. MyProtein manifiesta cumplir la normativa, pero no es habitual que muestre análisis detallados y específicos del lote que los consumidores adquieren. Las marcas blancas de Amazon (proteínas económicas con nombres genéricos) directamente no muestran ningún análisis.

El problema no es la proteína, sino convertirla en un fin en sí mismo. La popularidad de los suplementos proteicos ha instalado la idea de que casi todo el mundo “debería” rozar los 120 g diarios incluso con poco entrenamiento. Sin embargo, para un adulto de unos 70 kg, las referencias sitúan la ingesta en torno a 0,8 g/kg/día (≈55–60 g), una cantidad que suele alcanzarse con una alimentación variada. Los batidos pueden ser útiles por conveniencia cuando la agenda o el tipo de entrenamiento lo justifican, pero no son requisito para la salud; y añadir proteína extra no convierte a nadie en atleta si faltan entrenamiento de fuerza, descanso y una dieta globalmente bien planteada.

Lo que si se incrementa con ese consumo de proteína en polvo en exceso, son algunos riesgos evitables, como la ingesta de metales pesados, aditivos, edulcorantes, ingredientes ultraprocesados y, por supuesto, un gasto extra innecesario. Es buen momento para retomar la lectura del post “La fuente de proteína dietética altera la composición y función del microbioma intestinal”.

¿Qué hacer si se quiere seguir tomando proteína en polvo? Una recomendación es tomar proteína que se obtiene del suero de la leche en vez de la que se obtiene de ingredientes vegetales, ya que los datos muestran un menor riesgo. Buscar marcas que presenten los análisis en cada lote y no información genérica, evitar aquellas proteínas que son sospechosamente económicas porque no dan duros a cuatro pesetas, priorizar las proteínas procedentes de la comida real, lentejas, garbanzos, sardinas, pollo, caballa, huevos, tofu, queso fresco, etc.

Como decíamos, el estudio se ha realizado en Estados Unidos, pero nuestro país no vive al margen de este problema, ya que compartimos mercados, proveedores y por supuesto lagunas regulatorias. Por ello, mientras no exista una exigencia clara sobre unos análisis obligatorios de metales pesados por cada lote, los consumidores seguirán fiándose más del marketing que de la ciencia.

A través de este artículo publicado en la página de Consumer Reports, podréis conocer con todo detalle la investigación realizada. Ahora sería interesante que alguna entidad especializada realizara los análisis pertinentes.

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