Sustituir un alimento de la dieta puede reducir hasta en un 48% la huella de carbono

Según los resultados de una investigación realizada por expertos de la Facultad de Salud Pública y Medicina Tropical de la Universidad de Tulane y la Universidad de Michigan (Estados Unidos), sustituir un alimento de la dieta puede reducir hasta en un 48% la huella de carbono a nivel individual. Hablando de los estadounidenses, en cuya dieta está presente regularmente la carne, bastaría con cambiar una ración diaria por una alternativa alimentaria más amigable y respetuosa con el planeta para obtener la mencionada reducción.

Para llegar a esta conclusión, los expertos realizaron una encuesta a unos 16.000 estadounidenses para conocer el patrón alimentario que seguían, posteriormente, en base a dos métricas (emisiones de gases de efecto invernadero y huella hídrica) calcularon qué ocurriría si estos consumidores cambiaban un alimento de su dieta que tenía un alto impacto medioambiental por otro más sostenible y respetuoso con el planeta.

Los investigadores comentan que la carne es el alimento de mayor impacto medioambiental y alrededor de un 20% de los encuestados consumía una ración diaria. Bastaría con cambiar este alimento por carne de ave de corral, por ejemplo pavo, para reducir la huella de carbono en un 48% y en un 30% el impacto del uso del agua. Sin embargo, merece la pena recordar que hay quien asegura que sustituir la carne de vacuno por la carne de pollo no es mejor para el planeta, de ello hablábamos en este post.

En el estudio también se analizó de qué modo afectaría dicha sustitución aplicada en la dieta de todos los estadunidenses en relación al impacto ambiental, los datos muestran que si sólo el 20% de los consumidores sustituyeran una ración diaria de carne por otro alimento más sostenible, la huella de carbono de todas las dietas estadounidenses se reduciría en un 9’6% y el impacto del uso del agua se reduciría en un 5’9%.

La carne no fue el único alimento analizado, el estudio se ha realizado también con raciones de alimentos marinos como el bacalao y las gambas, que sustituidos por otros de menor impacto ambiental daban como resultado una reducción del 34% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Y si se sustituía la leche de vaca por la leche de soja, la reducción resultante se estimó en un 8%. En el caso de la reducción de la huella hídrica, los expertos comentan que, por ejemplo, sustituir el consumo de espárragos por guisantes, permitiría reducir dicha huella en un 48%.

Los investigadores explican que aunque el estudio se centró en las sustituciones alimentarias individuales, el cambio climático se debe abordar de un modo más general, las acciones individuales no son en absoluto suficientes, aunque eso ya lo sabemos. Los expertos comentan que los cambios necesarios para abordar los problemas climáticos son importantes y es necesario que esté involucrado todo el mundo y en todos los niveles, gobiernos, empresas, instituciones, consumidores, etc., pero lo cierto es que esto parece algo bastante difícil, sobre todo cuando pesan más los intereses económicos que los medioambientales.

El estudio pretende mostrar la evidencia de que con los pequeños cambios individuales y simples que cada persona puede controlar, se puede ayudar en el esfuerzo de cuidar el medioambiente. Pero como hemos comentado, se trata de una pequeña aportación, los verdaderos cambios se han de realizar en otros niveles, por ejemplo, en los sistemas de producción alimentaria y en sus normativas, recordemos que la FAO decía hace unos años que era necesario un cambio en la forma de producir alimentos para poder enfrentarse al cambio climático y alimentar a la creciente población mundial.

Lo cierto es que hay estudios de mayor calidad que realizan análisis más precisos, el trabajo realizado por los expertos es un dato más que ratifica la necesidad de que se realicen cambios en todos los niveles en beneficio de la salud y del planeta. Podéis conocer todos los detalles de la investigación a través de este artículo publicado en este artículo publicado en la página de la Universidad de Tulane, y en este otro publicado en la revista científica The American Journal of Clinical Nutrition.

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