El pasado mes de marzo podíamos saber que el USDA (Departamento de Agricultura de Estados Unidos) tenía la intención de aprobar el envío de pollos estadounidenses a China para que fueran procesados y posteriormente devueltos a Estados Unidos para continuar con su procesamiento o para su comercialización. Esto representaba un viaje de ida y vuelta de los pollos de más de 22.000 kilómetros, lo que supone un excesivo sobrecoste energético, un incremento significativo del volumen de gases contaminantes que se emiten a la atmósfera, y además se planteaba la pregunta ¿es rentable procesar los alimentos que se producen en un país en otros países, para luego devolverlos al país de origen?
Los empresarios estadounidenses ahorran en costes de producción si procesan la carne de pollo en China en lugar de hacerlo en el propio país. Para muchas organizaciones y consumidores este es un tema preocupante, además de la contaminación generada o el excesivo gasto energético, se teme por la calidad y la seguridad del pollo procesado en el país asiático, algo lógico teniendo en cuenta que China encabeza el ranking de los escándalos alimentarios. El caso es que el FSIS (Servicio de Inspección e Inocuidad de los Alimentos), agencia de la FDA responsable de estas cuestiones, ha aprobado el proceso y se se enviarán pollos de Estados Unidos a China para ser procesados y devueltos al país para ser comercializados.
El Departamento de Seguridad e Inspección de Alimentos del Servicio de Agricultura de Estados Unidos ha aprobado el certificado de exportación de China que demuestra que las aves de corral que se exportaron desde Estados Unidos, Canadá o Chile, para su procesamiento se han cocinado a la temperatura adecuada y no encierran riesgos sanitarios. El FSIS ha publicado el nombre de las cuatro empresas chinas que se encargan de la transformación del pollo estadounidense, afirmando que están operando en condiciones equivalentes a las de Estados Unidos.
Las plantas de procesamiento se encentran en la provincia de Shandong y las empresas son las siguientes: Shangdong Delicate Food Co., Weifang Legang Food Co., Qingyun Ruifeng Food Co. y Qingdao Nine-alliance Group Co. Una vez que el pollo procesado regrese a Estados Unidos, el FSIS volverá a realizar una inspección del producto exportado por estas empresas, cuando llegue a los puertos estadounidenses, y si se considera que todo está en orden, se permitirá que se comercialice en el mercado estadounidense.
Aunque estos pollos se hubieran manipulado correctamente y no encierren ningún riesgo para la salud de los consumidores, no se debería permitir este tipo de acuerdos comerciales, como ya hemos explicado, se produce un incremento del gasto energético y de la contaminación ambiental por el transporte. Es una acción que va en contra de la lucha contra el calentamiento global, de la reducción de las emisiones contaminantes, del propio país por no crear puestos de trabajo, etc.
Estos pollos estadounidenses procesados en China llegarían en forma de diferentes productos, según leemos aquí, serían debidamente etiquetados indicando que los alimentos han sido procesados en China, algo que inicialmente no se pretendía hacer. Pero si se trata de la recepción de producto que debe ser vuelto a envasar o nuevamente procesado en Estados Unidos, la información de que ha sido parcialmente procesado en China no se incluiría en el etiquetado. El FSIS considera que esta situación es poco probable que ocurra, en el caso de que se produzca, asegura que supervisará el proceso.
A la FDA le salió mal la jugada, pretendía aprobar este tipo de transacciones sin que fueran identificadas en las etiquetas y sin que los consumidores lo supieran, pero quizá, gracias a la petición realizada en Change.org por quienes sí lo sabían, los consumidores estadounidenses pudieron conocer las intenciones de FDA. En esta petición se solicitaba que el pollo procesado en China no se introdujera en el mercado y especialmente en el Programa Nacional de Almuerzos Escolares y otros programas de nutrición infantil. Nancy Huehnergarth, una consultora de la política de nutrición y una de las mujeres que está detrás de la petición realizada en Change.org, considera que los consumidores deben temer y evitar el pollo estadounidense procesado en China, hace especial hincapié en la deficiente seguridad de las empresas chinas, también destaca que los consumidores tienen derecho a saber quién ha manipulado los alimentos y de dónde vienen.
Con respecto a la rentabilidad para las empresas estadounidenses, parece que aunque se tenga que enviar el pollo a China sale más barato que procesar el pollo en el país. Un ejemplo a citar es lo que ocurre con el pescado o marisco estadounidense, los procesadores del noroeste del país envían parte de sus capturas, salmones de Alaska y cangrejos Dungeness (variedad que habita en la costa oeste de América del Norte) a China para su procesamiento, posteriormente son enviados a Estados Unidos, con esta operación obtienen un ahorro significativo de costes. Para empezar, el proceso de eliminación de espinas del salmón de forma manual cuesta en Estados Unidos un dólar, en China supone una quinta parte.
Volviendo al tema del pollo, en China los costes laborales son significativamente inferiores. En Estados Unidos se paga a unos 11 dólares la hora en las plantas procesadoras avícolas, en el país asiático un trabajador gana una media de 326 dólares mensuales, lo que supone 1 dólar por hora de trabajo, la diferencia es bastante obvia. De ahí que se pueda decir que es rentable enviar la materia prima a China para su procesamiento. Quizá se obtenga más beneficio, pero es a costa del derroche energético y del medioambiente, este tipo de operaciones se deberían haber prohibido por estas cuestiones.
A través de este artículo de la página oficial de la Food Safety and Inspection Service podréis conocer más detalles sobre la aprobación del procesamiento del pollo estadounidense en China.
Foto | J. Lastras