No recuerdo exactamente cuándo descubrimos el té matcha en casa, sólo que fue hace muchos años, fruto de esa curiosidad insaciable que siempre nos lleva a probar alimentos y bebidas con historia. Aquel polvo verde intenso nos parecía enigmático: no era el clásico té en hojas que se infusiona y se retira, sino algo distinto, un polvo que se disolvía en el agua y teñía la taza de un verde imposible.
La primera impresión fue más de asombro que de placer, porque el sabor no era fácil, no se parecía a nada conocido. Y, sin embargo, había algo en él que invitaba a volver, a descubrir qué escondía realmente. Con el tiempo, el matcha se fue quedando en nuestra despensa como esos ingredientes que no se usan cada día, pero que siempre están ahí para recordar que la cocina y la vida se enriquecen con lo que nos hace salir de lo común.
A veces lo usábamos en su forma más pura, otras lo mezclábamos en recetas dulces o bebidas, experimentando sin dogmas. Y lo cierto es que, más allá de las modas que han ido y venido, el matcha nunca ha dejado de ser para nosotros una puerta abierta a un ritual diferente, a un sorbo que invita a detenerse.
Origen e historia: de China a Japón
El matcha no nació en Japón, aunque allí alcanzó su máxima expresión cultural. Sus raíces se encuentran en la China de la dinastía Song (siglo X–XIII), donde ya se molían hojas de té y se batían en agua caliente para obtener una bebida espumosa, un método conocido como diancha.
Fue el monje Eisai (栄西) quien, tras estudiar en China, introdujo esta costumbre en Japón a principios del siglo XIII. En su obra Kissa Yōjōki (“Beber té para la salud”), escrita en 1211, alababa las virtudes del té como fuente de bienestar físico y espiritual. En el periodo Kamakura, los monjes zen incorporaron el matcha a sus prácticas de meditación, y pronto se desarrollaron técnicas propias de cultivo sombreado (覆下栽培) y de molienda en piedra. Durante el periodo Muromachi, el matcha se consolidó como un producto único japonés y se convirtió en el eje de la ceremonia del té (chanoyu).
Así, lo que nació en China como un método de preparación, Japón lo transformó en un símbolo cultural y espiritual que ha sobrevivido hasta hoy. No sólo lo integró en la ceremonia del té, también lo llevó a su repostería tradicional con los wagashi, y más tarde a dulces populares como el mochi, el dorayaki o el castella, siempre teñidos de ese verde intenso y reconocible. En la cocina moderna japonesa, el matcha ha trascendido como ingrediente versátil: en helados, soba, tempura o salsas, demostrando que un producto ritual puede también reinventarse como parte de la vida diaria.
Más allá del ritual: beneficios para el cuerpo y la mente
Esto es sólo un anticipo. En nuestro Substack Gastronomía y Cía – A Bocados hemos preparado un artículo completo titulado “Té matcha: de la ceremonia ancestral a la taza cotidiana”, en el que exploramos la historia, el ritual y la ciencia detrás de este té en polvo, además de consejos para elegirlo, dónde comprarlo, cómo prepararlo y disfrutarlo en casa.
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Crédito imágenes | Depositphotos