Escuchamos en muchísimas ocasiones llamar caldo al vino, muchas más de las que desearíamos (incluso nosotros lo hicimos), pero como dijo Caius Apicius “Me da igual que el Diccionario, en segunda acepción, diga que ‘caldo’ es el jugo vegetal, especialmente el vino, extraído de los frutos y destinado a la alimentación. El Diccionario, en este terreno de la gastronomía, dice muchas barbaridades y, sobre todo, incurre en numerosas inexactitudes. Un caldo, como reconoce antes de nada el propio texto académico, es el líquido que resulta de cocer o aderezar algunos alimentos».
Está claro que caldo está relacionado con caldero, con sopa y que sugiere además calor. No es una costumbre apropiada denominar a un gran vino “inmejorable caldo”, este mal hábito lo sufren varios sumilleres, entendidos y aficionados. Pero un vino, con cuerpo, elegante, con ciertos matices afrutados, etc. no se parece en nada a un caldo.
Buscando un poco de información hallamos que la designación caldo proviene de una época donde los vinos eran macerados a altas temperaturas dando como resultado un vino con poca acidez frutal y que la gente solía tomar para calentarse, igual que muchos tomaban un vaso de cazalla u orujo con el mismo fin. Quizá también influyó el hecho de utilizar determinados vinos en las elaboraciones de algunas sopas como la sopa de castañas combinada con un Rioja.
Una forma quizá más acertada de denominar caldo al vino es cuando te lo sirven a una temperatura muy elevada, si el vino está muy caliente se dice que el vino parece caldo, pero precisamente se dice por eso, porque el verdadero caldo se toma caliente. No se puede disfrutar plenamente de un vino si no está a la temperatura adecuada, igual que un caldo debe disfrutarse calentito.
Definitivamente nos quedamos con la reiteración en la verdadera denominación de la bebida obtenida de la uva mediante fermentación alcohólica de su mosto o zumo, si hay que decir vino siete veces, ¿por qué cambiarle el nombre?